Padre.
Si, viejo, empiezo así, con un
frío y seco "padre", no un apreciado y menos con un querido padre. Sólo padre. No puedo
hacer nada al respecto. Tampoco puedo cambiar el hecho de que hayas muerto hace poco
más de cinco años; mentiría si te dijera que recuerdo perfectamente la fecha y las
circunstancias. Mi memoria no guarda bien los detalles de tu pérdida. Lo que, sin
embargo, siento como si fuera una herida abierta y sangrante es tu ausencia. La he
sentido hace mucho más de cinco años viejo. Ahora en la pocilga en que me encuentro he
hallado el momento perfecto para hablarte. Para que me escuches, porque estoy seguro
que incluso ahora, si te lo propones, te sería más fácil escucharme de lo que fue
cuando tú en vida ignorabas que hablaba en tu ausencia. Hablaba de tu ausencia, viejo;
de tí, jodido viejo, de ti y tu indiferencia.
Me pregunto si alguna vez te
preocupaste por otra cosa que no fuera tu trabajo, tus mujeres, tus amigotes y que yo
simplemente este ocupado en cualquier cosa, sin hambre. No sé si alguna vez tuviste
inquietud de saber lo que pensaba, conocer mis sueños, mis planes, mi dicha y mi
desgracia. Ya no recuerdo cuándo dejaste de ser el héroe de la alegre vida del infante
que fui, para convertirte en el extraño sujeto con el que intercambiaba un par de frases
de vez en cuando. El extraño sujeto cuyos abrazos tenían el poder de convertirme en una
almohada. Una inerte y asquerosa almohada, sin sueños, ni planes, ni nada.
Ahora ya no tiene sentido
recriminarte, traducirte en palabras esto que, desde hace un par de párrafos, ha
comenzado a invadirme, desde mi triste bóveda de recuerdos hasta el extremo más
distante de mi ser. No podría hacerlo, sin perder la cordura ni abandonarme en esta
mezcla de resentimiento, cólera, odio y —no puedo creerlo— cariño. Cariño padre,
¡cariño! ¿me oyes?, fuiste perverso. Pero no puedo perder el control hoy padre,
no como otras veces. Todo esto ya no tiene sentido porque ahora el ser
inerte y asqueroso, es otro.
Lo que hoy vengo a decirte mis
descubrimientos. Nada nuevo, sin embargo. En el fondo me pudiste enseñarme algo, mucho
en realidad. Todas las cosas que un padre no debería hacer jamás, que por lo menos
debería tratar de no hacer. Eso ha quedado indeleble en mi mente. Tu legado.
También —y esto tampoco es novedad— debes saber que fue tu ineptitud, esa
que puso en evidencia todas las virtudes de mi madre, la que me hizo apreciar
la vida. Y es que en la imagen de mi madre pude apreciar lo grande que uno puede
llegar a ser. Atestiguar tal grandeza ha sido como presenciar un milagro.
Un milagro que a fin de cuentas ha conseguido cambiar completamente mi
perspectiva de la vida, de mi lugar en el mundo. Un milagro que me impulsa
a abandonar esta pocilga que es mi vida.
Eso es todo viejo.
Aprovecho esto para despedirme, abandonando tu recuerdo —o mejor, abandono el
dolor que me producía—, con la tranquilidad, de que al menos hoy, por una vez en la vida
pude hablarte, como siempre quise. Chau padre, así me despido, tengo
un nuevo mundo que conocer, que descubrir, que amar y también odiar. Aunque esto último, sabes,
hace mucho me lo enseñaste.
Se despide, tu resentido hijo.
La pocilga de donde saldré, 14 de marzo del 2016.